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Los Números Rojos de la Economía Salvadoreña

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Por décadas la economía de El Salvador ha navegado en aguas turbulentas; las medidas de ajuste estructural a inicio de los noventa; la dolarización en 2001; el impacto de terremotos, huracanes y tormentas tropicales; y la corrupción han sido grandes dificultades que han generado pobreza y llevado al país a incrementar su deuda pública hasta el límite de lo insostenible. En febrero de 2020 la deuda era de 19,845.54 millones de dólares[1], ubicándose como el cuarto país de América Latina con más endeudamiento, solo precedido por Venezuela, Argentina y Brasil. Con estos números la deuda pública de El Salvador, antes de la pandemia alcanzaba el 71.8 %, con respecto a su Producto Interno Bruto[2].

Como es de suponer, la deuda se debe pagar, aproximadamente una sexta parte del presupuesto anual del Estado se destina a este propósito, solo para el segundo semestre de 2020, El Salvador deberá pagar 400 millones en concepto de amortización de diferentes prestamos. El impacto económico del COVID19 agrava la situación, por ejemplo: al inicio del año se tenía una proyección de crecimiento por el orden del 2.5%, los nuevos cálculos establecen que habrá un decrecimiento de menos 5%. Por otra parte, se estima una caída de las remesas del 17%, significa que el país dejará de percibir en concepto de ingresos un total de 990 millones de dólares[3].

El presupuesto para el ejercicio fiscal 2020, aprobado antes de la pandemia, fue de $ 6,426 millones, el cual presentaba un déficit del 11.7%, es decir que según las proyecciones del gobierno los ingresos no serían suficientes para cubrir todos los gastos y habría necesidad de gestionar créditos por $755.9 millones[5]. Con la nueva realidad el déficit se incrementa a $1,745.9 millones, sin considerar todos los gastos extraordinarios que está demandando la atención de la emergencia.

Para enfrentar esta situación el Parlamento ha autorizado al gobierno central para contraer deuda por 3,000 millones de dólares, pero debido a la crisis, el acceso a los mercados internacionales para colocar deuda se vuelve mucho más difícil y a intereses más altos; sin embargo, el gobierno ha comunicado como buena noticia el aval de un crédito por $550 millones con el Banco Interamericano de Desarrollo, BID y otro por $389 millones con el Fondo Monetario Internacional, FMI[6].

Una desventaja consiste en que estos organismos condicionan el financiamiento a exigencias de política fiscal para el futuro. En opinión de la reconocida economista Julia Evelyn Martínez, El Fondo Monetario Internacional no concede préstamos para ayudar a los pueblos en momentos de crisis, sino más bien aprovecha las crisis para que los gobiernos se comprometan a poner en marcha medidas fiscales y financieras que comprometen el futuro de los pueblos y que evitan que futuros gobiernos sucumban a la tentación de romper con el neoliberalismo.

Según Martínez el FMI ha recomendado al gobierno medidas como la disminución del gasto público en $900 millones a partir del año 2021, aumentar los impuestos a la gasolina y al diésel, aumentar el Impuesto al Valor Agregado, IVA y las contribuciones fiscales especiales, como el impuesto a las telecomunicaciones y reducir el pago de salarios en el sector público, por medio del congelamiento de plazas, suspender nuevas contrataciones y prohibir las jubilaciones anticipadas de empleados públicos.

Independientemente que el gobierno asuma estas recomendaciones, un hecho concreto es que con estos y otros préstamos adicionales de los que ya se escucha hablar, la deuda pública podría llegar hasta el 90% del Producto Interno Bruto; dicho en otras palabras, de cada dólar que se produzca en el país, ya se deben noventa centavos; lo que llevará al Estado salvadoreño a una situación fiscal crítica y por tanto, la inversión en educación, salud, vivienda, agua potable y cualquier tipo de subsidio a los sectores más empobrecidos, será extremadamente limitada.

[1] https://diario.elmundo.sv/deuda-publica-llego-a-20533-millones-en-el-primer-trimestre/
[2] PNUD, COVID19 y Vulnerabilidad: Unamirada desde la pobreza multidimensional en El Salvador, San Salvador 2020,Pág. 12
[3] Nelson Fuentes, Ministro de Hacienda, entrevista, Frente a Frente, Tele corporación salvadoreña, 12 de mayo de 2020.
[4] https://www.elsalvador.com/eldiariodehoy/presupuesto-2020-es-de-6426-millones-y-requiere-creditos-por-755-millones/645093/2019/
[5] Nelson Fuentes, Ministro de Hacienda, entrevistaFrente a Frente, Tele corporación salvadoreña, 12 de mayo de 2020–
[6] https://www.diariocolatino.com/neoliberalismo-disfrazado-de-ayuda/
 


El Salvador in the Red

For decades, El Salvador’s economy has sailed in troubled waters;  structural adjustment measures in the early 1990s;  dollarization in 2001;  the impact of earthquakes, hurricanes, and tropical storms;  and corruption have been huge challenges that have generated poverty and led the country to increase its national debt to an unstainable limit.

In February 2020, the country’s debt was $19,845 million ranking El Salvador the fourth country in Latin America, after Venezuela, Argentina and Brazil, with the highest national debt.  Before the pandemic even began, El Salvador’s dept reached 71.8%, with respect to its Gross Domestic Product (GDP).

As expected, this debt must be paid and approximately a sixth of the State’s annual budget is destined for this very purpose. For the second half of 2020, El Salvador will have to repay $400 million in different loans.

Unfortunately, the economic impact of COVID19 has only aggravated the situation. For example, at the beginning of the year, the economy was projected to grow by 2.5%, now new calculations project a decrease of -5%.  On top of that, a drop in remittances by an estimated 17%, means that the country will stop receiving a total of $990 million in annual income.

The 2020 fiscal budget, of $6,426 million was approved before the pandemic, and already presented a deficit of 11.7%. According to government projections, the income wouldn’t have been sufficient enough to cover all the year’s expenses and there would be a need to find and manage at least $755.9 million in loans.  With the new reality of a worldwide pandemic, the deficit has been increased to $1,745 million, this without even considering all of the extraordinary expenses that COVID19 related emergency care is currently demanding.

To face this situation, Parliament has authorized the central government to take on a $3 million loan, but since the crisis started, access to international market loans have become much more difficult and carry much higher interests rates than normal. Despite this, the government recently announced the endorsement of a loan for $550 million from the Inter-American Development Bank (IDB) and another for $389 million from the International Monetary Fund (IMF).

One disadvantage of being backed by these institutions, is that they make financing conditional on fiscal policy requirements for the future.  It’s the opinion of renowned Salvadoran economist, Julia Evelyn Martínez, that “the International Monetary Fund does not grant loans to help people in times of crisis, but rather takes advantage of crises so that governments commit to implement fiscal and financial measures that compromise both the nation’s future and prevents future governments from succumbing to the temptation to break with neoliberalism.”

According to Martínez, the IMF has recommended to the government measures such as: the decrease in public spending by $900 million starting in 2021, increasing taxes on gasoline and diesel, increasing the Value Added Tax (VAT) and other special tax contributions, such as the   telecommunications tax. It also proposes to reduce the payment of public sector wages, by way of freezing positions, suspending new hires and prohibiting early retirement for public employees.

Regardless of whether the government assumes these recommendations or not, a concrete fact is that with these and other additional loans that we are now hearing about, the public debt could reach 90% of our GDP.  In other words, for every dollar produced in the country, ninety cents are already owed. This will lead the Salvadoran State toward a critical fiscal situation that will result in extremely limited investments in education, health, housing, potable water and any type of subsidy previously offered to our most impoverished sectors of society.

agriculture, Agua/Aqua, Climate Change, Corruption, Economy, Environment

The Water Crisis in El Salvador

Versión Español

On 28 July 2010, through resolution 64/292, the General Assembly of the United Nations recognized the human right to water and sanitation, reaffirming that water is essential for the realization of all human rights; however, for a significant proportion of humanity this is not true. The Friends of the Earth International Federation (FoEI) says that over 1 billion people lack clean water and more than 5 million die each year from water-related diseases.

El Salvador is one of the countries in the world facing a profound water crisis. The Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC) reports that El Salvador has 1,752 cubic meters per capita per year, which almost qualifies as “water stress.” This serious lack of water is related to deforestation and to the contamination of surface water bodies. According to the Salvadoran Ministry of Environment: more than 90% of surface waters are contaminated and only 10% are suitable for drinking by conventional methods.

In the opinion of the Office of the Procurator for the Defense of Human Rights, this situation of pollution and environmental degradation represents an accumulated evil throughout history that was deepened by the lack of diligence of the authorities, relegating the environmental issue of all State policies. For this reason, in 2006, a group of social organizations submitted a proposal for a General Water Law, which explained that the existing legal framework was obsolete and fragmented and couldn’t provide the population with resolutions. The law was based on principles such as: participation, full access, a focus on basins, sustainability and decentralization.

According to Carolina Amaya, environmental activist with the Salvadoran Ecological Unit (UNES), the main reason for not approving the General Water Law is because the right-wing business leaders represented in the Legislative Assembly, intend to control the water issue, they want to control the institutions that privatize water. This breaking point is the main motive that has interrupted the discussion of the law. In Amaya’s words, “allowing large private enterprises to have control over water management is like putting the coyote in the care of hens.”

This lack of regulation allows golf course owners, bottling companies, sugarcane producers, and other private interests to use as much water as they want, no matter how it affects local communities. One media outlet reported that a golf course has all the water it needs while nearby towns struggle to meet their daily needs. Likewise, residents of the Bajo Lempa region of Usulutan argue that sugarcane producers are depleting their water sources.

These social sectors that hold economic and political power say that water is a commodity that is bought and sold, and the only way to manage it efficiently is to let the market take over. This neoliberal thinking is rejected by various civil society organizations arguing that water is a common good and its access is a basic human right.

Conflicting visions often manifested in street closures for protests of lack of water, while companies engaged in the production of carbonated and alcoholic beverages using millions of liters a day, equally large shopping malls and exclusive residences use excessive amounts of water without any restriction. The bottom line; unequal access to potable water is a clear indicator of social injustice in El Salvador.

Crisis de Agua en El Salvador

El 28 de julio de 2010, a través de la Resolución 64/292, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que el agua es esencial para la realización de todos los derechos humanos; sin embargo, para una importante proporción de la humanidad este derecho no se cumple. La Federación Amigos de la Tierra Internacional afirma que más de mil millones de personas carecen de agua limpia y que más de 5 millones fallecen cada año por enfermedades relacionadas con el agua.

El Salvador es uno de los países del mundo que enfrenta una profunda crisis hídrica, la CEPAL reporta que el país cuenta con 1,752 metros cúbicos per cápita por año, y lo califica en una situación cercana a lo que se conoce como stress hídrico. Esta escasez tiene que ver con la deforestación y con la contaminación de los cuerpos superficiales de agua, el Ministerio de Medio Ambiente salvadoreño afirma que más del 90% de las aguas superficiales se encuentran contaminadas y que únicamente el 10% son aptas para potabilizar por métodos convencionales.

En opinión de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, esta situación de contaminación y degradación ambiental representa un mal acumulado a lo largo de la historia que se fue profundizando por la falta de diligencia de las autoridades, relegando el tema ambiental de todas las políticas estatales. Por esta razón fue que en 2006 un grupo de organizaciones sociales presentaron una propuesta de Ley General de Aguas, explicando que el marco legal existente es obsoleto y fragmentado y no da respuestas a la población, por lo que se requiere una ley basada en principios como: la participación, el pleno acceso, el enfoque de cuenca, la sustentabilidad y la descentralización.

Once años más tarde aún no se cuenta con la referida ley, Para Carolina Amaya, activista ambiental de la Unidad Ecológica Salvadoreña, la razón de fondo por la cual no se aprueba la Ley General de Aguas es porque las cúpulas empresariales representadas en la Asamblea Legislativa por los partidos de derecha, pretenden tener el control de la institución rectora del agua, quieren controlar la institucionalidad para luego privatizar el agua, este es el punto de quiebre y principal motivo que ha entrampado la discusión de la ley. En palabras de Amaya, permitir que la gran empresa privada tenga el control en la gestión del agua, es como poner al coyote a cuidar a las gallinas.

Esta falta de regulación permite a los propietarios de campos de golf, compañías embotelladoras, productores de caña de azúcar, y otros intereses privados utilizar toda el agua que quieran, sin importar la forma en que afecta a las comunidades locales. Un medio de comunicación publicó que un campo de golf tiene toda el agua que necesita mientras que las poblaciones cercanas luchan para satisfacer sus necesidades diarias. Del mismo modo, los residentes de la región del Bajo Lempa en Usulután sostienen que los productores de caña de azúcar están agotando las fuentes de agua.

Estos sectores sociales que ostentan poder económico y político sostienen que el agua es una mercancía que se compra y se vende, y la única manera de administrarla eficientemente es dejando que sea el mercado quien se hace cargo. Este pensamiento neoliberal es rechazado por diversas organizaciones de la sociedad civil argumentando que el agua es un bien común y su acceso es un derecho humano básico.

Visiones enfrentadas que se manifiestan con frecuencia en cierres de calles en protesta por la falta de agua, al mismo tiempo las empresas dedicadas a producir bebidas carbonatadas y alcohólicas gastan millones de litros al día, igualmente grandes centros comerciales y residencias exclusivas usan cantidades excesivas de agua sin ninguna restricción. El acceso desigual al agua potable es un indicador claro de la injusticia social en El Salvador.